Ya ha pasado más de un mes del proceso histórico del 4S en Chile, y la verdad que nada ha cambiado según la percepción de la ciudadanía. En dicha, jornada electoral la sociedad chilena acudió obligada por ley a las urnas para entregar su voto por “apruebo” o “rechazo”. Según, el Servicio Electoral de Chile (SERVEL) gano la “opción rechazo” con un 61,86% de los votos (7.882.958 votantes); mientras, que la “opción apruebo” logro el 38,14% de los votos (4.860.093 votantes) respectivamente.
Sin embargo, es preciso recordar que en los últimos dos años, la sociedad chilena ha tenido que acudir estoicamente a las urnas hasta ocho veces. Plebiscito constitucional (Oct. 2020); Primarias de alcaldes y gobernadores regionales (Nov. 2020); Elecciones generales de alcaldes, concejales, gobernadores regionales y convencionales constituyentes (May. 2021); Segunda vuelta de gobernadores regionales (Jun. 2021); Primarias presidenciales (Jul. 2021); Elecciones generales de presidente, diputados, senadores y consejeros regionales (Nov. 2021); Segunda vuelta presidencial (Dic. 2021); y Plebiscito constitucional (Sep. 2022).
Ante este panorama, el denominador común de todas estas jornadas electorales ha sido la polarización y la crispación social, originada básicamente por la confrontación entre lideres políticos a raíz de la fragmentación partidista. Sin duda, han sido unos procesos electorales anómalos, debido a que la pandemia del COVID19 puso en el punto de mira nuevos conflictos sociales y a su vez profundizo en los ya existentes, llegando incluso a modificar la agenda política del gobierno de Chile.
En dicho contexto de crispación, miedo e incertidumbre la sociedad chilena en general ha sentido y sigue sintiendo que los representantes políticos están muy alejados de solucionar sus necesidades reales. Chile es una sociedad libre pero actualmente muy polarizada, quizás esto es el resultado final de las últimas décadas, donde la fragmentación política impulso una batalla sin cuartel donde todo vale para mantenerse o alcanzar el poder, que probablemente se resume muy bien en el lema del símbolo patrio “por la razón o la fuerza”.
Desde esta óptica, los extremos políticos tanto de la izquierda como de la derecha favorecieron en su momento los argumentos a favor y en contra del plebiscito constitucional. Pero también contribuyeron a instaurar un clima de desinformación, bulos y fake news que supuestamente han podido influir en el comportamiento electoral de los chilenos y las chilenas. Debido a que la fabricación de noticias falsas divulgadas a través de los medios de comunicación, portales de noticias web, y redes sociales, han tenido una gran impacto en los últimos procesos democráticos que se han celebrado a nivel nacional.
Hoy por hoy, es evidente que las noticias falsas difundidas se utilizan precisamente para influir en los votos de las personas restándole valor al periodismo de calidad, y a las fuentes oficiales. Es un problema global, que ha evolucionado de manera vertiginosa gracias a las nuevas tecnologías, cuyo propósito se enfoca en beneficiar o perjudicar a una determinada posición política, a través de la confusión o la manipulación informativa que puede alterar la toma de decisiones de las personas en un contexto electoral polarizado.
Chile, debe aprender a construir su propio camino. Y el primer paso, es reconocer errores con humildad por parte de toda la clase política, y de aquellos que formaron parte del proceso constituyente porque es la única manera de generar un aprendizaje colectivo e individual. Simplemente, porque el país no se merece seguir un día más con un clima de polarización, como el actual, ya que una sociedad tan dinámica, esforzada, sacrificada y abnegada como la chilena, no puede permitirse el lujo de convivir en una constante espiral de desinformación, crispación, conflicto y miedo.
Pero más allá, de esto hay que centrarse en el mensaje claro y contundente que dejo el 4S dirigido a toda la clase política chilena. Llegar a un consenso de país para construir sin vetos ideológicos un nuevo texto constitucional que sea más transparente, equitativo, inclusivo y transversal, es decir, que cumpla con las expectativas y las demandas de la sociedad civil, y sobre todo, que las regiones tengan más autonomía y protagonismo para consolidar una democracia sólida.
Sin embargo, la interminable reflexión interna de algunos partidos, la obsesión por los principios, los límites, los bordes o las líneas rojas de otros, para sustentar la estructura que será la base para diseñar el mecanismo convencional parece que no avanza a buen ritmo, lo cual, está generando en la opinión pública un cierto estupor, ya que la gente percibe que muchas reuniones seguidas son improductivas y no aportan nada interesante. De hecho, la sociedad chilena esta expectante porque lo que realmente les interesa es saber cómo será la configuración de la convención, es decir, el mecanismo para elegir a los representantes que redactaran la nueva constitución ¿serán electos democráticamente o serán seleccionado a través de un formato hibrido?.
Creo que este será el punto más sensible de toda la negociación, para ello, los actores políticos han de trabajar en equipo para lograr un acuerdo lo más amplio posible. Y el primer paso es dejar de ofrecer de manera individualista y sesgada: propuestas, recetas, estrategias, pactos, métodos, consejos y acciones de todo tipo. De lo contrario, la gente percibirá una vez más de que no existe voluntad política para construir un nuevo pacto social que consolide una democracia robusta entre la clase política y la ciudadanía chilena. Por consiguiente, los partidos políticos y los movimientos sociales han de hacer un esfuerzo para adaptarse a los nuevos requerimientos que demanda la sociedad.
Chile, también necesita urgentemente que la clase política aprenda a negociar, es decir, los lideres de los partidos han de aparcar su diferencias ideológicas en busca de soluciones eficaces que satisfagan las necesidades urgentes de los millones de chilenos y chilenas. Para ello, se requiere bajar el nivel de crispación, pasar del discurso grandilocuente y visceral a los hechos para subir el nivel de empatía política, porque esa debe ser la esencia de cualquier servidor público. De lo contario, la crispación política seguirá su cauce normal, y la polarización social que hoy se podría definir como de calma tensa, puede implosionar trayendo consecuencias impredecible a medio plazo.
Sin embargo, se debe hacer un esfuerzo común y solidario desde el respeto hacia quienes piensan diferente, para que fluya el debate y el intercambio de ideas, entre las personas que tengan la responsabilidad de redactar la nueva constitución chilena. Por lo tanto, se debe procurar un buen clima de trabajo, debido a que los equipos multidisciplinares y de expertos han de centrarse en el dialogo, el respeto, la empatía y la voluntad de querer alcanzar amplios consensos que faciliten las transformaciones que necesita y demanda con urgencia todo el país.
Así mismo, es importante señalar que el nuevo proceso constituyente debe tener una estrategia de comunicación clara, transparente y pedagógica, para transmitir a la ciudadanía lo urgente y lo importante de los avances del nuevo texto constitucional. Es la única manera de frenar el ruido o la desinformación que surja tanto dentro como fuera del espacio de trabajo constitucional. También, otro aspecto que se debería trabajar en paralelo, es el diseño de una hoja de ruta, que facilite la implementación gradual de las leyes y las normativas, una vez aprobada la nueva constitución por la ciudadanía chilena, para ello, es necesario un plan de políticas públicas.
Chile, finalmente ha decidido darse otra oportunidad para escribir una nueva carta magna con más dialogo, más consenso y más democracia. Espero que por el bien de todos, tanto la clase política como la sociedad chilena del presente y del futuro, aprendan de sus errores para que de manera colaborativa busquen puntos de encuentro que impulsen la construcción de una convivencia sin polarización, con el único propósito de ganar experiencia en calidad democrática y justicia social.
Así mismo, este nuevo ciclo constituyente también es una gran oportunidad para que los partidos hegemónicos y con representación parlamentaria se reciclen y hagan autocritica, para recuperar la confianza de sus electores y simpatizantes que le han abandonado. Mientras esto no suceda, la brecha de desafección y hartazgo social hacia la clase política y los partidos, seguirá creciendo por parte de la sociedad chilena.