Si tuviéramos que seleccionar una palabra que puede caracterizar el complejo escenario de cambios y transformaciones que sufre la sociedad actual a nivel político, económico, social y ambiental, está palabra sería la incertidumbre. Es, por así decirlo, un miedo a nivel individual y colectivo contenido. Con la probabilidad de que todo lo negativo se agrande, y donde la seguridad que creíamos tener se difumine en un suspiro, llegando anular en muchas ocasiones nuestro grado de confianza y optimismo.
Esto sucede, porque el lenguaje de comunicar en política ha cambiado drásticamente en el último tiempo, y por ende, ha impactado de lleno en la manera de entender la política. De modo, que la desconexión entre los ciudadanos con el sistema político, es realmente notable, por el alto grado de desconfianza y desafecciones que existe hacia las instituciones, los políticos y los partidos, llegando ha modificar en tiempo real nuestro comportamiento electoral.
Con este panorama en el horizonte, no es de extrañar que la opinión pública acabe percibiendo que todos los partidos y sus lideres políticos son iguales, ya que el grado de confrontación y descalificaciones constante han superado lo políticamente correcto, dejando de lado una vez más los problemas que realmente preocupan a la ciudadanía.
Por lo tanto, no es de extrañar que a nivel global existan tanta similitud entre partidos políticos, donde una gran parte de la población se ve incapaz de distinguir, cuál de ellos, les representa mejor en sus intereses. De hecho, si nos paramos a observar el programa económico de los partidos del bloque de la derecha como en el bloque de la izquierda de cualquier país, veremos que es muy complicado encontrar diferencias significativas, debido a son muy similares, y lo mismo sucede con los aquellos valores que dicen defender.
Por consiguiente, el contagio del populismo y el discurso del miedo puede llegar a causar la polarización social en diversos países, ya que dicha narrativa busca potenciar el mensaje más autoritario y agresivo en un contexto económico tan inestable como el actual, captando mejor la atención de aquellos que ven peligrar su estatus y calidad de vida, frente al mensaje de la prudencia que surgen de las instituciones o de la comunidad científica.
Esto sucede porque al vivir en un ecosistema global donde los acontecimientos se exageran, mediatizan y viralizan en cuestión de segundos, hace que la política espectáculo acapare más la atención de una ciudadanía descontenta, provocando un daño de consecuencias impredecibles a corto y a medio plazo, ya que lo urgente y lo importante que demanda la sociedad no se resuelva con eficacia, evidenciando una vez más que la desconexión política con la ciudadanía sea cada vez más grande.
De ahí que, que la desafección política se interprete como castigo a la clase política en su conjunto, ya que, todos los partidos que han tocado poder en algún momento en sus respectivos países, se han olvidado de cumplir lo prometido en campaña electoral, aumentando la frustración y el hartazgo social. Sin duda, esta anomalía democrática ha traído como consecuencia que la gente perciba cómo una pérdida de tiempo acudir a las urnas porque nada cambiara en su vida cotidiana, más allá de algunos gestos simbólicos.
Y es precisamente en este contexto de incertidumbre donde los populismo siempre crecen porque son los catalizadores de la expresión del descontento y la frustración que se instaura en la ciudadanía, principalmente por la falta de expectativas de futuro, así como, por el alza de precios que esta llevando al empobrecimiento de las familias y sectores económicos, tras una la fuerte carga emocional de los años de pandemia, contribuyendo significativamente a que las sociedades se manifiesten de dos maneras, la primera en forma de abstención y la segunda votando a partidos populistas que pueden suponer una protesta contra el sistema.
El problema, radica en que a pesar de existir consensos, normas y reglas claras que dan estabilidad democrática, cada país tiene un sistema electoral con características diferentes, que no siempre tiene la robustes para contener la llegada al poder de las formaciones de extrema derecha y extrema izquierda, que se nutren básicamente del miedo, el descontento y la incertidumbre de una mayoría social, lo cual, puede terminar socavando los pilares democráticos.
En este sentido, existe una infinidad de países como Estados Unidos, Hungría, Francia, España, Italia, Brasil, Chile, Argentina, México, Perú, y otros. Donde este fenómeno populista ha sabido construir una oferta política atractiva, que generalmente se alimenta de las contradicciones de la sociedad actual, lo cual, le ha permitido llegar a las instituciones tras recibir un caudal de votos que saben muy bien que no les pertenece.
Sin embargo, la normalización por parte de los medios de comunicación y de la opinión pública a este fenómeno político, hacen que exista un riesgo evidente de polarización constante a la hora de crear y consolidar un ecosistema de convivencia democrática. Por otro lado, y desde un enfoque más optimista el hecho de tocar poder, es una manera de ver cómo el populismo gestiona lo público para saber realmente si cumplen con lo que han prometido, o simplemente son más de lo mismo.
En definitiva, el freno a la desafección política comienza por los partidos tradicionales que han de hacer autocrítica constructiva y reciclarse para construir un relato político creíble que vuelva a recuperar la confianza perdida, y sobre todo, deben situar los intereses que demanda la ciudadanía en el centro del debate y dialogo político.
De lo contrario, los electores de posiciones moderadas tanto de izquierdas como de derechas, volverán a decidir que hacer son su voto en los próximos procesos electorales, eligiendo entre dos opciones: la primera decidir racionalmente quedarse en su casa o la segunda decidir emocionalmente entregar su voto a formaciones populistas.