Hace un par de semanas, el diario El País publicaba una noticia donde expresaba que no era necesaria una pandemia para darse cuenta de que la emergencia educativa es una realidad. Incluso antes de la COVID-19, unos 262 millones de niños y adolescentes de todo el mundo (uno de cada cinco) no podían ir a la escuela o recibir una educación completa, debido a factores como la pobreza, la discriminación, los conflictos armados, los desplazamientos, el cambio climático o la falta de infraestructuras y docentes (Fuente: UNICEF. 2021).
Es duro decirlo, pero las adversidades de un niño en riesgo de exclusión social o que vive inmerso en la pobreza marcan su desarrollo educativo, y no solo desde el punto de vista de los recursos económicos, también desde su evolución cognitiva, lo cual, si no se corrige a tiempo puede llegar a truncar su anhelo de querer avanzar en sus estudios e ir a la universidad.
De hecho, esta realidad existencial nos ha motivado para decidir poner toda nuestra experiencia e impulso estratégico al servicio de aquellas actuaciones solidarias que tienen como propósito crear nuevas oportunidades y experiencias educativas que generan un impacto positivo en las dimensiones académica, profesional, social y medioambiental en aquellos lugares más inhóspitos y remotos.
Por todo ello, queremos contribuir a potenciar y mejorar las condiciones en las que se desarrollan las actividades educativas, en las escuelas rurales de la Provincia de Chiloé (Chile), ya que ahí radica el saber, dónde los niños y niñas van a encontrar la superación de sus limitaciones, gracias a la vocación de los profesores y a la abnegación de las familias que creen que la escuela es la tabla de salvación para que sus hijos e hijas tengan un futuro más digno.
El punto de partida de cualquier innovación educativa es el conocimiento de la realidad del entorno, y para ello, la colaboración responsable entre el profesorado, los estudiantes y la comunidad, permite impulsar con mayor facilidad dicho proceso de aprendizaje que ha de ser reflexivo, crítico, transformador, interdisciplinar y centrado en valores.
De hecho, es innegable e insustituible el aporte que puede significar para muchos niños y niñas, una escuela rural, donde además de aprender, lo consideran su hogar porque ahí reciben en algunos casos el único alimento del día; y en esto, el maestro o la maestra rural cumple un rol fundamental, ya que a pesar de estar aislado y con problemas de conectividad se esfuerzan para brindar calidez humana y un espacio innovador casi por obligación para construir cada día un sueño, una realidad y un futuro.
Parece algo evidente, pero estos niños y niñas saben muy bien que el aprender es un proceso continuo para toda su vida que empieza ya antes del colegio y que estará determinado por el entorno social y familiar. Por eso, hoy más que nunca debemos ser empáticos y solidarios para que estos menores puedan satisfacer sus necesidades básicas, ya que les servirá para comprender y entender la trascendencia de seguir estudiando.
Las personas, empresas y organizaciones que deseen colaborar con esta causa solidaria lo pueden hacer de dos maneras: La primera enfocada a cubrir las necesidades básicas e inmediatas: alimentación, ropa o calzado, útiles escolares. La segunda está orientada en buscar soluciones para resolver los problemas de infraestructura detectados que impiden una correcta innovación educativa, así como, suplir la falta de equipamiento, la creación, ampliación y mejora de bibliotecas o servicios básicos.
Número de proyectos: 3
Dirigido a: escuelas rurales
Que vivan en: el archipiélago de Chiloé, que pertenece a la Región de Los Lagos – X Región (Chile)
Para más información sobre cómo colaborar con las distintas iniciativas de escuelas rurales contacta con: info@empatiasocial.com Tel. +34 662 50 63 63.